Dos décadas después de que Bush diera luz verde a la invasión, el prestigio de Washington en Oriente Próximo sigue dañado, el populismo que nació del hartazgo de aquella época crece, y el gasto y despliegue de tropas aún divide al Congreso
Una avalancha de misiles cubrió el cielo de Bagdad. A las 22.16 del 19 de marzo de 2003 (hora de Washington), el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, comparecía en las pantallas de televisión: “Las fuerzas de EE UU y la coalición acaban de comenzar operaciones militares para desarmar Irak, liberar a su pueblo y defender al mundo de un grave peligro”. A esa coalición de la que hablaba Bush pertenecían España y el Reino Unido.
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